martes, 26 de octubre de 2010

Cosas en las que he perdido el tiempo estos días.


Al menos parece que apareceré por aquí una vez al mes. Cosas en las que he perdido el tiempo estos días: El dibujito de arriba, tomado del natural y un microrrelato que a ver qué os parece (en serio, necesito que me hagáis una reseñita chiquitita, por favor).

En la edad en la que eres demasiado joven para ser alguien y demasiado viejo para ser algo, ocurrió que la chica de la que siempre había estado enamorado le asestó una sonora bofetada en su cara de pánfilo. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que se vieron, esa noche en la que él había hecho la declaración de amor incondicional más perfecta que pudiera hacerse y ella lo miró como, desgraciadamente, no volvería mirar a nadie en su vida. Por ello es por lo que no pudo evitar abofetearlo, en su estado, demasiado débil para luchar contra su desgracia. Y esto sólo pudo pasar porque había sido la mujer, la chica, la persona más feliz de la historia durante ese momento en el que, sin marcar los acentos, insinuándolo con tanta claridad como una linterna de largo alcance directamente a su cara de boba, el gilipollas ése le había ofrecido amor en estado puro durante toda la eternidad.
No lo entendéis pero es uno más de los actos valientes que las mujeres muestran a los hombres durante su triste existencia. Y, quizás, declaró un tiempo después a su mejor amigo, tendría que haber agarrado con todas sus fuerzas alguno de los cuchillos que había sobre las largas mesas esparcidas por todo el recinto y trincharlo allí mismo.
-¿Por...?- apreció a decir.
-Por hacerme feliz. Te odio.
Al infierno con el resto de explicaciones superfluas, a la mierda lo que pensara el resto de invitados sobre cómo la había tratado ese misterioso personaje de gafas y patillas mal recortadas que nadie conocía para llegar a agredirlo en presencia de gente vulgar: ella se largaba. Dejó estupefactos, por supuesto, a su madre, a su hermana, a su cuñado, al primo segundo de los cojones que se negaba a invitar, a ¿cómo se llama al hermano de tu suegro?, pues a ése, que de todas maneras estaba borracho hacía un rato. Mientras se largaba sin mirar atrás no podía dejar de pensar quién lo había dejado entrar. En realidad lo sabía pero estaba demasiado enajenada como para recordarlo. Luego lo recordó, no hubo consuelo pero al menos había puesto las cosas en su sitio. Incluso veintitantos años después estaba orgullosa de lo que había hecho. Y eso es remontarse un montón de tiempo, a los tiempos en los que, por fin, se empezaron a vender los primeros coches voladores. Ya era hora, joder.

Y una pequeña explicación: ¿Cuál es el sentido de todo esto? Os lo voy a decir, en voz baja. No es nada, lo tenéis delante de vuestras narices. Aquellas que retrató de esa manera tan genial Quevedo: un hombre a una nariz pegado. Y no me pongo a divagar. Somos nosotros, hombres y mujeres de este mundo absurdo y opaco. No pretendo desentrañar el misterio de la vida y la muerte, sólo ofrecer algo de esperanza a los momentos. Los que duelen y los que disfrutamos. Porque eso es por lo que estamos aquí y ahora, por los momentos. La vida es puntual, no continua. No nos vamos a engañar, nuestra vida está llena de materiales de derribo, sólo la magnificamos con momentos. Ahora recuerdo uno de ellos: declaraba ante ustedes mi amor incondicional, aquel que reservas para tus seres más queridos. Si tengo algún valor, os lo ofrezco; porque espero que eso os haga valeros como lo grandes que sois, sois mejores que yo porque me hacéis mejor y sin vosotros soy menos. Temo perder los honores que me habéis atribuido. Por favor, mantenedme en vuestro rincón, si no perderé un trocito de mí.

PD: Hay una palabra inglesa para esta entrada que parece no tener coherencia (creedme para mí la tiene): acabo de hacer un patchwork del absurdo mes que he pasado en este retiro. Hoy no hay película.